El bosque es de un árbol desconocido… si fuera de alcornoques supongo que el corcho invadiría el sotomonte. Llueve y la niebla hace de la humedad del aire algo tangible, tan físico como este bolígrafo. No hay tiempo que perder. Una niña espera, con la palma de sus manos sosteniéndole la barbilla, sentada frente al televisor. Y una hoguera hecha con un par de esos troncos pequeños. Un lobo gris, de ojos penetrantes y amarillos, acecha en la oscuridad. Una catarsis. Una nariz pequeña.
Siempre quise ser escritor… desde que tengo uso de
conciencia.
Los eruditos, de los cuales suelo desconfiar y a los que
odiaría si tuviese ese sentimiento en mis archivos, dicen que le poeta nace. El
lobo huele tu miedo, y la sangre que brota de tus heridas abiertas. Pero no fui
poeta hasta que te encontré… al otro lado del cuenco eléctrico que algunos
llaman vida. Y no lo es. Vida son dos ojos azules, muy abiertos, como platos, y
una risa que hace temblar los cimientos del templo al que hemos llamado hogar.
¿Recordaré más el estar planeando la próxima novela que el primer día que Santi
dijo “papá”? Oh Dios, espero que no.
No hay otra prioridad.
No sabía que los lobos ladraran. Sí que un fuego puede
mantenerlos a cierta distancia en la noche. Otra noche de focos, como en
Broadway; pero sin escenario… sin musical. Todo es tan prosaico que va
perdiendo el sentido que tuvo cuando empezó. Y volver a ser poeta. Abrazarte
con mis brazos. Besarte con mis labios. Tocarte con mis manos. Hundirme en ti.
Ser tú, no yo. Salvaje. Brutal. Como en la puerta de ese hotel… todavía se
estremecen mis extremidades recordando la fragancia de esa rosa… y la gracia
que me hacía que no te giraras en el bar a mirarme.
Siempre quise ser escritor. Pero también tu amante. Y padre.
Y abrazar con mis brazos a mis hijos. Y besarles con mis labios. Y jugar…
No hay otra prioridad.
© Miguel Díaz Romero, 2012.
lobo blanco; minifauna.com |
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