En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, una horda de gigantes reinaba en lo alto de las montañas. Las gentes del lugar hablaban de grandes y largos brazos moviéndose, girando, en el éter sobre la cresta de la Sierra. Amenaantes y armados con toda suerte de espadas, mazas y cuchillos, se les podía ver atemorizando a quienes poblaban el valle bajo los cielos azules, rojizos y grises.
Viejas leyendas, cuales épicas profecías, hablaban de hidalgos caballeros de la triste figura que, más temprano que tarde, habrían de cabalgar allende los gigantes reinaban y dominarlos.
Sembrada pues, de tales zarandajas, estaban las mentes de los niños cuando se les contaban estos cuentos de monstruos y guerreros.
Pero un día, cualquiera de este verano que parece no tener fin, tres hidalgos amanecieron a lomos de un ingenio blanco, motorizado, que con cuatro raudas ruedas se adentró en el bosquejo de pinos, encinas y todos los perfumes del tomillo y del romero. Cuentan que en los laterales del ingenio se leía el nombre del lejano reino del cual provenían: "Vestas". Y como tal les llamaron...
...el caso fue que, armados con magias traídas del Oriente, o una tecnología superior olvidada en este mundo por alienígenas creadores, se enfrentaron a los magnánimos gigantes de la cresta de la Sierra y, tras la lidia, los vencieron y dominaron.
Hoy, los gigantes continúan poblando la montaña bajo el espléndido, airoso y cálido cielo manchego; pero los hidalgos caballeros los tienen sometidos a su voluntad: apoyándolos o encendiéndolos según el viento, guiándolos en su existencia estática, marcando los ritmos y los tiempos de us mecánico ciclo vital.
Miguel Díaz Romero (c) 2014
Para Raúl, Panchi y Cruzado.
Lo prometido es deuda.
Parque eólico de Caudete |
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