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4 de julio de 2012

El día de mañana


Aquí os dejo el relato que resultó ganador del concurso de relatos cortos de ACAFAD /Asociación Caudetana de Familiares y Amigos de Drogodependientes) "Sin Drogas". Muchísimas gracias a la Asociación por el premio, y deciros que hacéis una labor encomiable y que no tiene precio! Ánimo y siempre hacia adelante!

Blanco entró en el bar. Pidió una cerveza a Naranja y en seguida apareció Negro, quien pidió otra cerveza y se sentó a su lado, en una de esas banquetas de polipiel marrón que hacían tanto ruido cuando te sentabas o levantabas. Blanco y Negro eran amigos.
Negro, después de apurar medio botellín, le dio un golpecito que nadie notó en el codo a Blanco y le guiñó un ojo. Se levantó y fue al baño. Blanco le siguió. Los dos entraron en la segunda cabina de las tres con retrete con las que contaba el aseo para chicos del bar, y Negro cerró la puerta con pastillo. Bajó la tapa del excusado y sacó de su bolsillo una bolsita de plástico. Vertió su contenido: un polvo blanco y brillante en la tapa del retrete, y extendió dos líneas de idénticos longitud y grosor sobre la superficie sucia beige. Pidió a Blanco que sacara un billete; éste lo hizo: de cinco euros; y Negro hizo un canutillo con él para esnifar el polvo blanco… después de hacerlo pasó el billete enrollado a Blanco y cambiaron el sitio. Blanco se agachó y, un momento antes de imitar a Negro y esnifar la raya que le tocaba a él, reflexionó y su mente saltó en el tiempo…

Primer Salto: dos horas después.
Blanco ha llegado a casa. Francamente no se lo estaba pasando bien; se ha pasado la última hora mirando a Naranja, luego a su vaso de ron con cola (casi siempre lleno e incapaz, por más que Blanco lo devorara con ansia beduina, de quitarle la sed), y de nuevo a Naranja. Sin disfrutar de la música. Sin hablar con nadie con la lengua pegada literalmente al paladar y la mente ciega y totalmente ausente. Ahora mira el techo sobre su cama: oscuro. Es la nada, el vacío admitido que rodea el insignificante planeta en el que habita. No puede dormir. Da doscientas treinta y cuatro vueltas sobre sí mismo. A pesar de no hacer calor, Blanco está sudando; y el insomnio agudiza esa sensación húmeda y pegajosa de auténtico agobio. La agonía crece, y con ella se desvanecen con mayor seguridad las probabilidades de dormir cuanto antes. De que se cierren los párpados y se contraigan las enormes pupilas. De que termine de una bendita vez la paranoia. Piensa en Naranja; en la cara que ella ponía… de asco, de animadversión, de repulsa… piensa en sí mismo. No debería haberlo hecho; pero sin embargo lo hizo. Y ahora no puede dormir. Le falta cama, le sobra vicio. Y jura que no volverá a hacerlo. Siente rabia. Se odia.
Blanco es una croqueta de carne flácida con rebozado de sábanas suplicando a un tácito dios que lo lleve a los arrullos de un falsificado Morfeo.
Segundo Salto: dos años después.
Blanco no se concentra. Tiene el examen de segundo de dibujo técnico delante pero las líneas en su mente todas están torcidas. Golpea insistentemente y sin ningún sentido con el cabo superior del lapicero la tabla mate de su mesa. No se acuerda de nada por más que lo intenta. Coge el cartabón, lo pasea sin saber realmente el motivo de tal acción por encima del papel en blanco y se desespera. Sabe que el año que viene, sin el ochenta por ciento de los créditos aprobados, le denegarán la beca. Y su padre volverá a preguntarle qué le pasa… que está raro… que no es posible… que se busque un curro en el pueblo de lo que sea. Y tendrá que abandonar la ciudad y la carrera.
Se pone en pie. Olvida el examen. Año perdido… baja a la cafetería de la facultad y se pide una cerveza. Se dice que le vendrá bien relajarse. Anteayer le pasaron una papela, por lo que va al baño y repite el ritual de los dos últimos años. Casi siempre a solas. El examen, después del dilatar de pupilas y el subidón, ya no le importa. Siempre quiso construir puentes… y no es consciente, cerveza en mano y garganta encorsetada, de que lo más cerca que estará de ello será acarreando en sus hombros una de esas pesadas piedras.
Como un esclavo nubio en Abu-Simbel. Como debajo de los cimientos del mundo la espalda rocosa del titán Atlas.
Tercer Salto: diez años después del primer salto.
Blanco es una sombra de la ilusión de lo que Blanco era. Blanco tiene seis kilos de menos. Y pronunciadas ojeras. Blanco casi nunca se afeita. Y casi siempre lleva esa maldita camiseta de cuando España ganó su segunda Eurocopa. Blanco no tiene gato ni novia. A Blanco las deudas de la coca le agobian…
Ha tenido que irse del pueblo. Sus padres, se lo contaron el otro día a un amigo común en la cafetería que hay frente al hogar del pensionista, ya no saben qué hacer con él… ha salido dos veces limpio del centro, y todas ha vuelto a caer. Blanco no distingue a veces un día de un mes. Dicen que se ha ido a vivir con un colega… otros que duerme en la furgoneta que antes utilizaba su padre para llevar los utensilios de la obra y la caja de herramientas. A Blanco le falta el incisivo superior derecho y un par de muelas y todavía no ha cumplido los treinta.
A Blanco el camello del barrio se la tiene jurada.
Cuarto Salto: dos décadas después de la noche con Negro.
Blanco no juega con los hijos que no pudo tener, debido a los ratos perdidos metiéndose en vez de flirtear con una mujer; y la impotencia crónica de un adicto al yeyo. Blanco no disfruta del apartamento cuya hipoteca nunca terminará de pagar, pues desde hace mucho tiempo no vive un año entero en un mismo lugar… ni tiene, miserable y vagabundo, un techo y un trozo de leña ardiendo que llamar hogar. Blanco ha perdido la mayor parte de sus dientes, y los que resisten son amarillos y verdes. Blanco se la fuma en papel de plata, con cañita de plástico, debajo del puente en el parque que fue río de la gran capital.
Y no siente nada cuando lo hace. Y cuando no lo hace tampoco de sentir es ya capaz. No siente amor y tampoco se odia. No siente hambre ni tiene más sed. Sólo ese frío impertérrito de un millón de arrobas de hielo que le recorren, galopando con sorna burlona a carcajadas letales, las arterias cada anochecer.
Y el mono. Sólo desea volver.
En su memoria no queda ni rastro del rostro dulce, casi angelical, de Naranja. Y ese gesto que Blanco opinó que era sensual a pesar de estar muy lejos de serlo, cuando ella destapaba no sin fuerza un tercio y se lo servía, helado como la noche de su amor, haciéndole por dentro sonreír.
Y qué era la risa, viéndose las mismas zapatillas con suelas rasgadas; las uñas negras; la barba hasta el pecho blanca y rizada; sintiendo el olor propio como el espíritu de todas las cloacas; durmiendo con cartones por mantas, sino un fantasma de una vida que jamás Blanco se permitió vivir.
Blanco era entonces la bandera pirata tendida sobre un lodazal.
Quinto Salto: un par de años después del cuarto…
En el cementerio de la ciudad el enterrador acaba de pintar, con uno de esos gruesos rotuladores de inyección de pintura que usan los grafiteros, el nombre de Blanco sobre la losa de cemento gris.
Al otro lado del silencio nadie lo ha ido a visitar.
Y las llamas del Abadón le abrasan la piel del alma…
           
            Blanco se puso en pie sin probar la línea de polvo que Negro hubo dibujado sobre la tapa del retrete para él.
- Mejor no, Negro… - le dijo guardándose el billete tras aplanarlo en la cartera.
- ¿Por qué? – Preguntó extrañado el otro con la muerte en los ojos y su guadaña trepando en sus venas.
- Creo que es mejor así tío… déjame salir, termínatela tú si quieres…
            Blanco salió de la cabina y del aseo y se fue a donde le esperaba su cervecita fría.
            Sonrió ampliamente a Naranja, y ella le devolvió la sonrisa:
- Has hecho bien. – Le susurró sin que otros clientes pudieran oírla, cuando al ver sin desencajar el rostro de Blanco comprobó que había pasado de meterse esa mierda.
            Blanco sólo fue capaz de asentir con el mentón, ruborizarse y retirar su tímida mirada.
            Al cabo de un rato, Naranja con la segunda y última cerveza para Blanco en la mano, le preguntó al cobrar la consumición:
- ¿Te esperas a que acabe el turno y nos damos una vuelta?
            A Blanco se le aceleró el corazón, pero acertó:
- Sí, por supuesto… - “No bebas más”, se dijo observando ya sin vergüenza los ires y venires de Naranja al otro lado de la barra, “que esta noche tienes algo mejor que hacer, tío…” Sonrió al aire que el envolvía y se acordó de la música.
            Un poco más tarde, antes de que ambos durmieran, en el portal de Naranja se dio, ajeno al mundo y sus mundanalidades, un épico beso de verdadero amor.

            Y por amor fue que durmió esa noche. Que aprobó aquel examen de segundo de dibujo técnico. Que construyó cien puentes. Que habitó en el palacio de Naranja con sus hijos. Que jugó en el parque con los nietos de los dos. Y que al morir, Azul, el más pequeño de ellos, leyó un hermoso y emocionante panegírico que a todos nos hizo aparecer lágrimas en los ojos.

FIN

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