Léanse antes: Zara y el espíritu de las luciérnagas I y II.
- Pst, pst… oye niña. – Dijo una voz femenina desde algún
punto del dormitorio. Zara pensó en principio que estaba soñando, pero se
incorporó y preguntó a la oscuridad:
- ¿Quién está ahí?
- Mira hacia aquí, - respondió la voz y las luciérnagas del
tarro se encendieron iluminando la habitación; pintando de naranja, blanco y
amarillo los objetos que antes eran negros, de plata y azul, - soy el espíritu
de las luciérnagas y creo que puedo concederte ese deseo.
- ¿Qué deseo? – Preguntó Zara, poniéndose en pie y yendo a
su escritorio, donde había puesto el frasco minutos antes. Su pijama de osos
dormilones se tornasolaba con el movimiento aleatorio del vuelo incesante de
los insectos dentro del cristal.
- … el de acabar con El Monstruo y que todo sea como antes…
- esa voz era melódica y dulce, evidentemente propia de un espíritu mágico y
bondadoso como aquel.
- ¿Cómo vas a hacerlo?
- Escucha atentamente: te explicaré lo que vamos a hacer…
El espíritu de las luciérnagas, además de concretar su plan
para deshacerse de El Monstruo, le contó cómo éste había llegado al pueblo
muchos años atrás… antes el pantano no era tal, sino un precioso y limpio lago
de agua cristalina que contenía miles de pececitos de colores. Un lugar donde
la vida crecía y se desarrollaba sin fin guiada por la Madre Naturaleza. En sus
riberas, adornadas por las más bellas y fragantes flores, vivían muchos
animalitos en armonía con los hombres; quienes, sobretodo en verano,
disfrutaban del paradisíaco paisaje y se refrescaban bañándose en su agua,
siempre fresca. Pero todo aquello acabó cuando llegó allí El Monstruo. Venido
según decía la leyenda de un mundo horrible y lejano, repleto de peligros, humo
negro y fuego maloliente, llamado por los ancianos “Industria”. El emocionante
relato hizo aparecer lágrimas en los ojos de Zara, quien sintió que odiaba
todavía más a El Monstruo.
Por la mañana, saludó a sus padres con una jovialidad que
ellos, obviamente, percibieron como sospechosa; mas ya que los ánimos andaban
bajos y que el problema mayoritario que tenían, igual que el resto de vecinos,
era el cercano sacrificio a El Monstruo, decidieron no darle más importancia y
tratar de desayunar como si nada.
La mañana se alzaba fresca; y el cielo lucía de un gris
aborrascado y tristón… a punto de derramar sus lágrimas sobre los tejados. Pero
a Zara poco, o nada, le importaba eso: tenía una misión entre manos y nada ni
nadie, ni tan sólo el mismísimo Monstruo, lograría detenerla.
En la Plaza Mayor
ya estaba casi todo el pueblo. Los pájaros callaban como siempre cuando se
acercaba una tormenta, y los dirigentes habían alcanzado una conclusión:
presentarían a El Monstruo a todos los menores de seis meses y que “ella”
decidiera a cuál comerse. Las mamás y los papás de esos bebés o bien lloraban
desconsoladamente, o bien caían desmayados sobre los brazos de sus familiares…
se podía oler el dolor de todos bajo la lluvia. El perfume del viento era
trágico. El cielo llanto; y los corazones hielo. No había en toda la plaza una
cara amable, o un gesto dichoso… excepto el de Zara, quien se había separado de
sus padres y colocado en la fila de los elegidos para llevar a los niñitos y
niñitas ante El Monstruo.
El Monstruo había decidido revisar a los bebés uno por uno;
y cuando le tocó el turno a Zara, le preguntó:
- ¿Qué traes ahí, niña? – Su voz seguía sonando electrónica
a pesar de la corta distancia.
- El corazón más puro y bello de toda La Tierra. – Respondió Zara
con firmeza.
Al abrir la caja de zapatos, una luz brillante, amarilla y
preciosa, le encandiló. Ésta tenía la forma de un corazón humano, grande y
jugoso. El Monstruo sonrió, cegado por el hechizo de la luz, y afirmó en voz
alta:
- Sí que es, ciertamente, un corazón hermoso…
Lo sacó de su recipiente y soltó una carcajada, después
abrió la boca deformando el rostro de la dulce Anika. Zara dio un paso atrás
cuando se lo metió y tragó de un único bocado… el corazón de luz le llegó al
estómago de inmediato. Al hacerlo, El Monstruo cambió totalmente su gesto: de
la dicha malévola pasó a la sorpresa y la barriga empezó a hinchársele. Ante el
asombro de los presentes, a Anika se le inflamó la cabeza; y al abrir la boca salió
de ella una burbuja pestilente y marrón – la apariencia real de la bestia – que
explotó haciendo un fuerte ruido. Del estallido surgieron siete franjas de
distinto color, que describieron un arco hasta las nubes; disipándolas en el
acto y dando de nuevo la bienvenida al Maestro Sol. El primer arco iris de la Historia desapareció
instantes más tarde, y un montón de luciérnagas, prendidas aun siendo de día
comenzaron a revolotear entre la gente de la plaza; dibujando sonrisas donde
sólo había caras largas.
El Monstruo había sido vencido, y los vecinos jaleaban el
nombre de Zara, aplaudiendo y riendo; celebrando la gran victoria.
Aquella misma tarde, con Anika ya recuperada, ambas se fueron
al pantano: éste había regresado a su forma original y convertido en un inmenso
y hermoso lago… una luciérnaga se les acercó, y dijo a Zara brillando:
- Gracias por devolver la belleza a nuestro mundo.
La niña sonrió y la luciérnaga se marchó, encendida,
volando.
FIN
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