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29 de agosto de 2014

Relatos indultados: Zara y el espíritu de las luciérnagas II.



Léase antes: Zara y el espíritu de las luciérnagas I.
Sus padres se preocuparon muchísimo al verla aparecer en tal estado. Pero una vez pudo recuperar el habla, les contó lo que le había ocurrido y que, aunque creyó que Anika le había seguido cuando ella salió corriendo, no había sido así… su padre se temía lo peor: la leyenda de El Monstruo podía haberse hecho realidad. Aun así, se armó de linterna y bate de béisbol, y decidió ir al pantano y comprobar qué le había sucedido a la pobre niña.
Cuál fue su sorpresa; y su mala suerte; que al salir a la calle el bando del Ayuntamiento estaba avisando a todos los vecinos que se presentaran de inmediato junto a la fuente de la Plaza Mayor: la razón era que El Monstruo los convocaba allí con urgencia. Al parecer había ido volando, o se había teletransportado, hasta la casa consistorial para comenzar sus terroríficos planes.
¡Era verdaderamente poderoso y malvado aquel bicho asqueroso!
No faltó ningún habitante del pequeño municipio a la inquietante cita. Zara en un principio se había negado a acudir, pero luego pensó que si no iba podía enfadar a aquel ser; y eso era lo último que ella deseaba. Así que allí estaba, bajo la luz de una farola blanca, agarrada con fuerza a la serena mano de su padre. La gente cuchicheaba y hacía preguntas que ella misma se respondía. Haciendo conjeturas sobre las pretensiones de El Monstruo. El murmullo generalizado calló de repente y por completo cuando la figura de Anika se asomó al balcón de la primera planta.
La niña estaba cubierta por un aura negra que la dotaba de un aire perverso. Los ojos le refulgían enrojecidos de ira. Y su voz sonó metálica, como a través de un aparato electrónico, al decir:
- He venido, después de intentarlo otras veces sin éxito, para convertir este pueblo, que a partir de ahora es de mi propiedad, en la mayor fábrica que transforme libros en camisetas, pegatinas, pósters y tazos con mi cara y mi nombre. – En ese momento se autoseñaló y guiñó un ojo al éter sonriendo como una estrella de televisión – Y todos trabajaréis para mí. – Los rostros de los vecinos reflejaban el temor por si tales planes se llevaban a cabo. No daban crédito a lo que estaban oyendo: ¡Era terrible! ¡Pasarían a ser sus esclavos para siempre si nadie hacía algo por impedirlo! – Pero no os preocupéis, seré un Rey tolerante y a veces incluso benévolo si me traéis, mañana mismo, el corazón más puro del pueblo… de lo contrario mi furia será enorme y vuestras vidas tortuosas e insoportables ¡Jajaja! – Comenzó a reír de manera estentórea, provocando el pavor entre los presentes.
Estaban condenados de igual modo. Mas podrían tener un espejismo de relajación si le entregaban ese corazón… para despejar las posibles dudas que el pueblo tuviese, Don Anselmo, el alcalde, preguntó:
- ¿A qué te refieres con corazón puro? ¿Qué pretendes hacer con él?
- Me refiero a que deberéis entregarme al vecino más inocente… y lo que deseo es comerme ese corazón… - soltó una carcajada, y con una sonrisa maléfica dibujada en la cara, añadió: - ¡Me encanta el sabor de la inocencia por las mañanas!
Antes de regresar a sus casas, Don Anselmo les pidió que aguardaran unos minutos para pensar en lo que debían o no hacer. Apesadumbrados y sin salida, llegaron a la tenebrosa conclusión de que, al día siguiente por la mañana, tendrían que elegir entre todos los niños del pueblo al más sincero, sencillo, puro e inocente para dárselo a El Monstruo… se presagiaba en el ambiente entristecido que pocos serían quienes pegaran ojo aquella noche.
Zara, por su parte, estaba más triste aún si cabe: Anika, su mejor amiga, había sido poseída por aquel malvado… y nunca más podrían volver a jugar juntas o a cazar luciérnagas. Una vez estuvo con sus padres de vuelta en casa, le dijeron que se fuera directamente a cepillar los dientes y a la cama. Zara obedeció y se arrebujó bajo la fina manta para primavera… tras apagar desde la cama el flexo que alumbraba un cuento de hadas abierto, suspiró para sí: “… y encima nos quedaremos sin leer nada si ese bicho destruye todos los libros…”; luego, en voz alta, añadió: “¡Cómo me gustaría que El Monstruo desapareciese y fuese como si nada de esto hubiera ocurrido!”
Ella no se dio cuenta, pero una de las luciérnagas parpadeó un par de veces con su luz en ese momento.
Continuará...

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