El Jefe es un mendigo de mi nuevo barrio. Lo
he visto, o me lo he cruzado por la calle un par de veces. Me pregunto qué
estará ocurriendo en su mente ahora. Parece un hombre que tenga muchas cosas
que contar, de quien aprender: pero sólo aprendería errores, equivocaciones o
barreras sociales, pues si tuviera cosas gratas que enseñar no estaría allí.
Como siempre, paseando en los árboles o meditando a la sombra de la pared del
supermercado.
Un
día te saca un euro, otro un cigarrillo, lo miro con curiosidad, no sé nada de
él, pero conozco su historia... es la misma de siempre. Qué le hizo el mundo
para que ahora esté así. Qué tuvo que ocurrir par perderlo todo, incluso la
esperanza: sus ojos no brillan, son tristes. Pienso en qué puede estar pasando
por su cabeza. En qué estará pensando o cómo es su “realidad”. Será como un
sueño en el que todo sucede al revés. O como un rallote de trippies: sin
distinguir lo que no es real. Tal vez una película que pasa rápida ante sus
condenados ojos (cansados de ver) sin que él pueda o quiera interceder.
Ser
un observador del mundo sin vivir en él. Por qué. Cuál es la verdadera causa,
qué horror hace esto; algo muy malo tuvo que ocurrir para que un hombre vague
así. Tránsfuga de sí mismo. Obligado a contemplar sin entender. Roto, vacío,
pero lleno de una vitalidad subjetiva: todo el mundo sabe que está ahí. Tú sólo
vives aquí al lado; él estará ahí siempre: en la calzada, en la persiana, en el
árbol.
Tal
vez sea que pronto le llegó la noche. O que muriera su corazón y ahora,
moribundo vaya intentando comprar uno. Es la presencia de que hay seres más
allá de tu planeta; son como extraterrestres, estudiados y observados, pero
jamás se le ocurriría a tu planeta dialogar con ellos. Hablar de cuando fueron
felices y sus ojos tenían luz: de la infancia si la tuvieron, del primer polvo
si lo hubo.
El
Jefe está viejo, pero no debe tener más de cincuenta. El Jefe está muerto.
Murió en el momento en que dejó de ser útil; y pasó a ser eterno. El Jefe está
cerca de ti, duerme en tu portal, yace en tu parque, sigue tu sendero.
Este relato lo escribí en mi tercer año de universidad, allá por 2004, inspirado en un mendigo de la Plaza del Cedro de Valencia... todavía recuerdo su gorra azul y su barba gris y descuidada... y que de vez en cuando daba voces sin ton ni son en el parque...
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