Léase antes... Relatos indultados: "La noche", pt. 1
Los pormenores invernales no podían dar su espíritu a
torcer. Las farolas, luciérnagas eléctricas que con furia desencadenaban luz en
los callejones, le servían de útil guía en su hazaña deportiva. Avanzaba con
ritmo incansable por las aceras, indiferentes a su paso. Lo único que era capaz
de pensar, ya que aun quedaban un par de meses para la época de exámenes de la
facultad de derecho, era en la carrera del domingo siguiente: si ganaba, o,
simplemente quedaba tercero (cosa que él sabía que no iba a suceder, pues
estaba tan seguro de ganar como de la temperatura de congelación del agua),
podría obtener esa ansiada beca en los USA, que había perseguido siempre. El
chándal estaba empezando a humedecerse demasiado para su exquisito gusto de
atleta semiprofesional; así que aceleró para llegar antes a su casa y
descansar. Sus músculos, ingenios propios de una máquina perfecta, se aliaron
con esos pulmones gigantescos para dar más potencia a su veloz carrera...
esquivando a una muchacha, de pelo rizo y tacón.
En su
mirada, se veía reflejado el poder de antiguos imperios. La belleza, como
mariposa caprichosa, se había posado reluciente en la magnífica fragancia que
su persona idealizaba. Si la seducción fue un juego, ella ganaría cualquier
olimpiada, y en sus labios la fruta de la magia. Que había en su piel un
heraldo de poder, una certeza de melocotón y esos ojos que al mirarte te hacen
daño. Como se estaba apostando la bruma sobre las calles, y el taxi amarillo no
llegaba, decidió ir caminando hacia la avenida: allí seguro que encontraba
alguno para llevarla a la discoteca, donde de gogó trabajaba. Recuperó de algún
lugar de su bolso, la barra de labios carmín y fresa, acicalándose como una
princesa, silbó al transporte público, que paró en seco, conmovido por sus
formas, exhausto por su belleza. Al subir, el taxista sólo pudo, con la voz
resquebrajada por la emoción contenida, preguntar quedamente a dónde se
dirigía. Al salir, despistado todavía, casi le rompe el parachoques al coche de
la policía.
“Los
taxistas, un día de éstos, va a haber una desgracia...”, le dijo a su compañero
mientras miraba hacia atrás con cara de mala hostia. Nunca el turno de noche le
había sentado demasiado bien, además, era sábado... y ya se sabe: los fines de
semana son los días preferidos de los maleantes. Tenía ganas de hacer algo
diferente, un tiempo en la secreta y otro tiempo en antivicio, lo habían
llevado a ser un madero de tres al cuarto... no fue por ser poco pelota, sino
por la coca que se metía en tiempos extraños, en tiempos, sin duda, malos.
Quemado, había consumido su vida tratando de hacer bien las cosas, pero se
metió de lleno en el último de sus trabajos. Y soltero como era, la vida le
importaba, sinceramente y a lo bestia, un carajo. No le sorprendió, tampoco a
su joven compañero, oír por la emisora que en un restaurante de comida rápida
estaba formándose un atraco, a mano armada, con ganas de gresca, y sin tabaco.
Al llegar al lugar del suceso, un tipo con mala leche les disparó dos veces,
dejando el coche patrulla hecho un asco.
Por algo le
sudaban las manos, por algo estrelló contra el suelo aquel cigarrillo...
después de comerse la hamburguesa con queso y pepinillos, apurar el refresco y meterse
un carajillo entre pecho y espalda, sacó su arma robada y pidió que nadie se
moviera excepto el camarero asustado. Perfiló sus labios con una lengua seca y
humilde, aunque traicionera; pilló la bolsa con el logotipo del lugar llena de
la pasta de la caja. Y al salir, sin prisa pero sin pausa, se encontró con el
coche patrulla a quien ya no podía darle la espalda... “joder, qué putada”,
pensó en lo que diría su agente de la condicional cuando lo supiera... pensó en
su madre, y en el vino que para ella mercaba... le pegó dos tiros a la
carrocería y salió por patas. Topándose con la rubia y el camello, con el que
corría con desprecio al makinero, Evitando que le mordiera el puto perro,
golpeándose con un taxi que llevaba a una pelirroja impresionante dentro, ante
la mirada atenta del ‘friki’ y dos macizas en un balcón, y entrando en la
puerta de un garito rockero, tomando por rehenes a la parroquia y al dueño.
Este relato lo escribí en 2005, y no ganó ningún concurso o certamen de a los cuales fue presentado. Una pena, ¿verdad?
Entonces solía escribir estos relatos y cuentos a menudo... hoy, no sé por qué, ya no hago estas cosas...
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